Las Parrandas de Remedios

Si caminamos por el centro histórico de la Villa de San Juan de los Remedios, notaremos un proceder bastante extraño. Durante algunos días los vecinos discuten demasiado, se declaran partidarios de San Salvador o El Carmen, llevan ropa roja o carmelita, tararean las canciones de un barrio u otro. Porque estamos en tiempos de Parrandas, las fiestas que desde 1822 dividen la ciudad y la llevan a planos de increíble fabulación popular. San Salvador, con su simbólico gallo y la bandera roja, se posiciona al norte de la plaza Isabel II. El Carmen pinta de carmelita el sur de la ciudad y su gavilán sobrevuela los tejados de la Iglesia Mayor. Todos participan en la confección de faroles y estandartes, en la factura de las piezas y los vestuarios. Se compite en tres frentes: carrozas; trabajos de plaza, estructuras de más de 80 pies de altura, adornadas con iluminación; y fuegos artificiales. Los equipos de realización están formados por artistas locales, improvisados, sin criterios académicos, pero los temas de los trabajos y las carrozas van desde la historia antigua hasta las obras literarias clásicas más exigentes. Se sabe de personas de pueblo que recitan de memoria el devenir del Imperio Persa, o que hablan acerca de la civilización grecorromana. Y todo porque las Parrandas son una escuela, donde el arte se forja al calor de la competencia entre dos hermanos irreconciliables.

Cuentan que a inicios del siglo XIX, la villa estaba dividida en las siguientes ocho barriadas: Buen Viaje, Camaco, La Laguna, San Salvador, La Bermeja, La Parroquia, El Cristo y El Carmen. Por entonces se celebraban las tradicionales misas de aguinaldo, en las madrugadas del 16 al 24 de diciembre, cuya concurrencia era poca a causa del frío, las lluvias, el escaso alumbrado público y el lodo intransitable de las calles. Francisco Vigil de Quiñones, un cura de origen asturiano que oficiaba en la parroquia de San Salvador, ideó despertar a los feligreses a través de la bulla y así obligarlos a asistir a misa. Cientos de muchachos armados con matracas, guayos, latas llenas de piedras, rejas, cencerros y petardos, se lanzaban a las calles capitaneados por el sacerdote. Francisquito, como le llamaba el pueblo, falleció en 1833, pero su legado se mantuvo. Las ocho barriadas se despertaban entre sí a través de bullangueras incursiones. Tanto fue el alboroto, que un bando dictado en 1835 por el procurador Don Genaro Mejía, prohibió a los parranderos salir antes de las cuatro de la mañana. Las orquestas infernales, como fueron catalogadas por las autoridades, desafiaron toda barrera y crecieron hasta ser un fenómeno de masas. En 1850, dos mujeres tomaron la dirección de las fiestas y agruparon a los bullangueros en los bandos hoy tradicionales: sansarices, seguidores de San Salvador, y carmelitas, partidarios de El Carmen. Rita Rueda y Chana Peña, figuran como las matronas de las parrandas, ellas organizaban los coros de cantadores, los tocadores de guitarras, tumbadoras y bandurrias. En 1871, dos españoles asumieron el relevo: Cristóbal Gilí Mateu por El Carmen y José Ramón Celorio del Peso por San Salvador. La competencia arreció, se comenzaron a empinar enormes papalotes en los días de fiestas, también aparecieron los globos de papel, izados con gas helio. Las polkas de ambos barrios ya funcionaban como los himnos para acompañar a las carrozas o carros triunfales. A fines del siglo XIX era mucha la rivalidad entre los bandos parranderos. Unos cantaban: “Viva El Carmen con fervor, y su luz y su bandera y mueran las chancleteras del barrio San Salvador”. Otros respondían: “Donde va San Salvador, con la noche tan oscura, voy a abrir la sepultura que ya El Carmen se murió”.

Las parrandas se extendieron por el centro norte de Cuba, hacia poblados como Camajuaní, Caibarién, Vueltas, Encrucijada, Zulueta, Chambas, Yaguajay, Placetas y El Santo. Tanto amor existe en Remedios hacia esta tradición, que muy pocas veces se dejó de celebrar: desde 1895 hasta 1899 debido a la guerra de independencia contra España, en 1932 y 1933 durante el Machadato y entre 1956 y 1958 a causa de la tensa situación de la lucha contra el tirano Batista. Ni siquiera en el periodo especial se suspendieron las parrandas, consideradas durante la Revolución como una de las tres fiestas nacionales y, a partir del 2013, como Patrimonio Cultural de la Nación.

Aire y misterio
Recuerdos de mi niñez son los aires de las parrandas, traen el frío de diciembre y el olor a las naves de trabajo, a engrudo y pintura, a yeso fresco y madera húmeda. Las obras de arte surgían para brillar durante una madrugada y luego se sumergían en la memoria cinco veces centenaria y olvidadiza de la ciudad. Estuve primero en la nave de San Salvador, situada al extremo norte de la ciudad. No siempre se le permite a uno acceder, pues los trabajos se hacen en el más absoluto secreto, para evitar que el contrario se entere y tome la iniciativa. Ese aire frío de parrandas, mezclado con el misterio, mueve las energías de los equipos de artesanos: carpinteros, decoradores, estibadores, electricistas. A pocas horas de la fiesta aún hay retoques que dar, los tableros de voladores están por doquier, la muchachada ríe y levanta las piezas, una sirena entusiasta suena sin descanso, se oye el repicar de los martillos y los tambores. –Sólo le doy la información indispensable, sin comprometer las sorpresas que tenemos guardadas. El presidente del barrio habla como si comandase un ejército. –Aquí se trabaja desde octubre –me dice–, pero le aseguro que este año, como el anterior, tenemos la victoria en un bolsillo. Francisco Reinaldo Gutiérrez, que así se llama, aborda acerca de las dificultades que entraña la realización de las parrandas. El año pasado por ejemplo, los transformadores no soportaron la carga eléctrica y la carroza quedó oscura. –Ese es nuestro talón de Aquiles, aún no llegamos a un acuerdo con la Empresa Eléctrica y tuvimos que comprar bombillas de menor peso energético para alumbrar los trabajos. Por lo demás, resultó eficiente el apoyo de las autoridades locales. El combustible estuvo a tiempo y el presupuesto, aunque se demoró algo, fue determinante. Hoy estamos culminando nuestro esfuerzo con unas parrandas de calidad y un volumen alto de fuegos artificiales. Cuando le pregunto sobre la cifra exacta de voladores, se calla y sonríe, pues es el secreto mejor guardado de las fiestas. San Salvador trae una carroza de tema romano, “Calígula”, decorada en azul, blanco, rojo y dorado. El trabajo de plaza, de ochenta pies de altura por cincuenta de ancho, se llama “El regreso de Tritón” y cuenta con alrededor de doce mil bombillas de colores. Su realizador, Ignacio Rojas, tardó sólo quince minutos en diseñarlo, aún así los sansarices sueñan con la victoria. –Ellos saben que tienen dura la pelea –contesta José Enrique Jiménez, desde el extremo sur, en la nave de El Carmen. Los carmelitas quieren revancha, para ello han diseñado un colosal trabajo de plaza de ochenta y ocho pies de altura por sesenta de ancho, “Las aventuras de Pinocho”, basado en el clásico literario del italiano Carlo Collodi. Por todos lados se ven calidoscopios, muñecos de madera, juegos infantiles. Jiménez explica que su carroza, de tema egipcio, demuestra la maestría de la escuela remediana de decoración y vestuario. –Y el fuego siempre fue el fuerte de nuestro barrio, tradición que este año queremos recuperar. El rival tiene que cuidarse, porque El Carmen lo que trae es para respetar. Los carmelitas tienen fama de defender su barrio a extremos insospechados. Siempre los distinguió su pericia en la realización de los trabajos de plaza más atrevidos. Hay una sola cosa que no se le discute a un parrandero: la invencibilidad de su barrio, por eso me callo y dejo que sea la plaza central quien diga la última palabra.

Parrandas en la plaza
En este lugar se devela el misterio. Los trabajos se arman, pieza a pieza, en medio del sigilo de los fanáticos, quienes discuten con furia en las cuatro esquinas. Unos dicen que San Salvador hizo una obra más acabada y minuciosa en la decoración. Otros abogan por la monumentalidad que trajo El Carmen. No hay un jurado, nadie tiene una sentencia concluyente, la expectativa es eterna. La plaza central hierve a las seis de la tarde del 24 de diciembre. A cada rato se lanza un volador y la multitud suena como una ola y los niños corren entusiastas a través de los portales. El repique de los tambores y los cencerros anuncia que la eterna rivalidad entre vecinos ya comenzó, San Salvador aparece con su gallo blanco, trae una colección de banderas y faroles de colores, se lanzan luces de bengalas. El pueblo canta las tradicionales rumbas de desafío. Mientras la improvisada agrupación musical le da la vuelta a la plaza, miles de voladores nublan la tarde, que ya se convierte en noche. Entonces suena la trompeta, es el turno carmelita. “Aquí te espero sansarí, para darte cuero”, corean los del piquete y los seguidores del barrio del gavilán saltan los bancos del parque y se suman al recorrido que esta vez se hace desde el callejón de La Pastora hasta el centro de la plaza, como siempre es tradicional en las entradas de El Carmen. Voladores, luces y vítores a uno y otro bando ensordecen el comienzo de la pasión. Así será toda la noche y la madrugada, hasta el 25 de diciembre a las diez de la mañana, cuando ambos vecinos se declaren ganadores y recorran las calles entre el olor a pólvora, la alegría y el misterioso aire de siempre. Es el eterno retorno de la tradición.

fuente: Mauricio Escuela

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